lunes, 2 de febrero de 2015

Atenas, ciudad abierta

Viernes, 18.00, más o menos, de la tarde. El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, se levanta abruptamente de una comparecencia pública junto al nuevo ministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varoufakis. Este último, profesor, blogger y economista de una empresa sin jefes, le planta al holandés sus cinco dedos como forma de despedida. "Habéis matado a la Troika", le susurra Dijsselbloem, en lo que se ha convertido un rumor que muchos, en honor a una narrativa espectacular, preferimos creernos. 

Siguiendo con la lógica del espectáculo, la ficción y el relato, el griego se ha convertido en un pueblo que recuerda a la aldea de los galos en este mundo globalizado. 

Corruptos, atrasados, poco productivos, en guerra con Turquía, etc..., los griegos cuentan con un solo activo político: su gobierno ha sido elegido democráticamente, a pesar de que escoger a este equipo era, en muchos aspectos, lo peor que podía pasarles. Por eso la aldea griega es la más democrática a estas alturas: los helenos han preferido suicidarse, pero hacerlo como consecuencia de una decisión propia y de las más valientes que se han adoptado en los últimos años. 

Los capitales salen de Grecia como consecuencia de haber priorizado las demandas de muchos ciudadanos por encima de los números: una locura, la de anunciar la subida del salario mínimo y las ayudas directas a los pobres. ¿Con qué dinero? La ciencia económica la escriben los vencedores y el desastre está anunciado. 

Contra los números siguen Varoufakis, Tsipras y los demás. Saben que, a base de atrevimiento, de valentía y de puesta en escena, las ecuaciones económicas pueden verse modificadas. Solo falta variar los supuestos, como ya consiguieron los monetaristas hace varias décadas. Si resisten así varios meses, podrían flexibilizar los términos de los rescates. 

No va a ser fácil. Merkel y sus apoyos temen un efecto contagio: demandas por parte de Irlanda y, mucho peor, de España e Italia. La zona euro podría tener que emprender una serie de reformas que debilitarían la moneda y acarrearían mucho riesgo moral: perdonar dinero a los vagos es subvencionarlos y hacerlos más vagos. Solo pueden recibir ayudas los bancos para que sigan siendo arriesgados. Será difícil que Merkel, convertida en todos los demonios europeos, termine cediendo. 

Esto es un juego entre varios contrincantes. Ganará quien aguante. Las políticas de Syriza aumentarían el consumo, la demanda, el empleo y la producción. Grecia se aliviaría entretanto la deuda se renegocia. Europa demostraría solidaridad y pragmatismo. Es una pena que quien decide no viva en Atenas, o en otra ciudad de la aldea griega. Veremos qué pasa.

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